Hace dos días teníamos programada una intervención quirúrgica con Dídac en el Hospital San Juan de Dios (HSJD). ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado? Os preguntaréis y cuando os diga que la cita era para control por la dentista, frunciréis el entrecejo al no hallar relación entre caries y cirugía.
Lo explicaré con más detalle. Como cualquier niño, Dídac debe pasar por revisión dental para control periódico del estado de salud de su boca. En circunstancias ordinarias, el niño iría a la consulta del dentista, abriría la boca y con más o menos reticencia acabaría con las muelas empastadas, en el caso de que le encontraran caries.

Hace un año tuvimos su primera revisión y muy contento se sentó en ese diván que le ofrecieron al llegar. Parecía cómodo y además tenía movimiento, subía, bajaba, se recostaba, se incorporaba, era muy divertido. Estaba entretenido hasta que llegó la dentista y se le acercó a la boca.
Quisiera hacer un inciso en esta explicación porque lo que contaré a continuación no debe tomarse ni como algo exclusivo en niños TEA, ni como que todos los niños TEA se comportan igual. Hay niños que por otras circunstancias también siguen el mismo protocolo y, por otro lado, no hay ningún niño autista igual a otro, a pesar de que pueden coincidir en algún comportamiento. Lo digo porque si preguntáis a otros afectados, encontraréis familias que no experimentan estos sucesos, pero seguro tienen otros.
Pues bien, en cuanto Dídac vio que se acercaban con un palito en la mano hacia su boca, lo tomó como una agresión hacia su persona y se zafó de la dentista. Para no extenderme, os diré que acabamos todos en el suelo. Todos significa: su madre, o sea, yo, en casi posición horizontal con Dídac encima mío y sujetándole con gran esfuerzo los brazos. Dos auxiliares conteniendo las piernas y otra más me ayudaba con los brazos. Alguien, y digo alguien para ser neutra porque desde mi posición no identificaba si era hembra o varón, le inmovilizaba la cabeza para que las dentistas, adjunta y residente, pudieran abrirle la boca para ver la composición y el estado de la dentadura. Para mí fue alucinante que, entre los movimientos de Dídac por querer liberarse, sumado a sus gritos de protesta, mezclado con las instrucciones que nos decíamos entre las auxiliares y yo del tipo: la pierna, la pierna, no puedo sujetarla, coge tú el brazo derecho, yo el izquierdo, etc., las licenciadas pudieran abrirle la boca, se oyeran sus propios comentarios y milagrosamente coincidieran en que tenía dos muelas careadas. Y todo esto sucedió en diez segundos ¡si llega!
Al terminar, me avisaron de que la siguiente visita sería en un año y que directamente sería para entrar en quirófano.
¿Quirófano?
La situación era la siguiente: lo que vieron las dos dentistas fue suficiente para programar nueva visita. En un año sin pasar por consulta, lo normal es que la caries fuera a peor y, viendo lo dificultoso que había supuesto hacer un reconocimiento visual, siendo este además impreciso y dudoso, era mejor dormirlo completamente y realizar una buena exploración aprovechando la total desconexión.
Sí, sí, lo habéis leído bien. Con ocho años y para empastarle las muelas, iba a entrar en quirófano y un médico anestesista lo dormiría enchufándole “gas” con una mascarilla. En realidad, ya intuía que si alguna vez llegábamos a este entuerto, no cabía otra que pasar por este proceso. Rezaba por que no hubiera heredado la dentición de los Fabra, tan propensa a ser empastada, y lo digo con conocimiento de causa.
Tenía un año por delante para hacerme a la idea, así que, oye, tranquilos, ya llegará cuando sea. Ay amigos, todo cambia, los nervios afloran y las fuerzas se aflojan cuando suena el teléfono y te dan el día y la hora. Ya empieza la cuenta atrás, ya llega, Vero asume que vamos para allá.
Al llegar nos atiende una enfermera eficiente y simpática como ella sola. Acostumbrada a las intervenciones con niños especiales, nos informa del protocolo previo a la entrada en quirófano. Dídac está distraído con su tablet y no siente amenaza porque va con su madre. Le ponemos el pijama y las zapatillas y espera canturreando por la sala. Llega el momento, todo está a punto, la dentista se acerca y añade a lo dicho previamente: “si vemos que la caries es profunda y hay riesgo de que afecte al nervio, le extraeremos la muela y así evitaremos futuros problemas además de nuevas intervenciones”. Doctora, no me diga eso que me abruma, pensé, pero en lugar de eso dije: amén.
Ay pobre si todo eso le hacen, pensé. Si tal caso se produjera, a ver cómo le sujeto los dedos para que no se los lleve al agujero donde antes había piezas dentales.
Llegó la hora, vamos Dídac, es por tu bien lo que hacemos, le digo, pero viendo su cara parece que al matadero lo llevemos. Dídac avanza hasta que ve la camilla, sabe que algo no va bien y recula. El doctor anestesista, que había salido a saludarlo con una sonrisa mientras esperábamos en la salita, se le acerca ahora amoroso hablándole con cariño y, ayudado por un enfermero, lo inmoviliza y consigue que inhale lo que sale de la mascarilla. Mami, ya lo tenemos dormido, dale un beso y espera fuera, me dice.
Continuará…
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